viernes, 5 de septiembre de 2014

Un giro inesperado

Dragones a eso se resumía todo. Seis Dragones, seis países que constituían un continente, dedicado a venerar a los que antaño fueron grandes bestias que surcaron cielos, y ahora no eran más que piedras. Piedras a las que la gentes de  aquellos lares entregaban sus vidas entre ruegos, suplicas y clemencias que en su mayoría eran desoídas. Pues de todos era sabido que corrían tiempos de penurias e injusticias.

Kalia detestaba todo aquello, para ella lo único que les habían dejado los Dragones eran Dognes. Unas criaturas en apariencia humanas que podían adoptar la forma de los Dragones de la región en la que nacían. Unos tiranos en su opinión, que se aprovechaban de su familiaridad con las místicas criaturas que los caracterizaban para tomar todo lo que deseaban, sin importar las consecuencias de sus actos. Ella no sabía cómo eran las cosas en los demás países, pero en Feuer; tierras del Dragón del fuego, los Dognes no eran más que un puñado de arrogantes que miraban, a todos los que no eran como ellos, con superioridad y desprecio. Sabía poco de los demás países pero no creía que fuese muy diferente.

Sin embargo ella no estaba dispuesta a ser pisoteada, ni mucho menos vendida como una vulgar mercancía, tal y como pretendía hacer su tío. Quería casarla con un Dogne, propietario de una de las pocas tierras prosperas de Feuer, pues allí no había más que volcanes y desiertos, a excepción de unas cuantas extensiones de tierra que valían pena. Por supuesto no se encontraban en mano de pueblerinos y mercaderes. De ahí que la práctica del matrimonio por conveniencia fuera tan acuciada en aquel lugar.

Y eso la había empujado a ella a encontrarse allí. En la plaza central de los mercados, planeando robarle su bolsa de monedas de oro, a un completo desconocido. Ella sabía que obraba mal, pero necesitaba el dinero para huir de allí, antes de que tal casamiento pudiera verse realizado. Además el hombre en cuestión se veía adinerado, ocultaba su rostro bajo una lujosa capa negra, sentado en una de las mesas exteriores de la taberna. Solo había que ver la propina que le había dejado al muchacho de los recados para saber que perder una bolsita de dinero no le quitaría el sueño. O por lo menos eso esperaba ella. Su único sueño, era viajar a la Isla Migdálita, lugar de ensueño del que hablaban los caminantes, que antaño habían sido marineros. Así no tendría que saber nunca más nada sobre  Dragones y Dognes.

Inspiró profundamente, reprochándose a sí misma sus futuros y muy cuestionables actos. Así que, antes de cambiar de opinión salió corriendo de su escondrijo,  de entre los barriles y a la carrera atrapó la bolsa del misterioso desconocido. Su inesperado hurto causó un absoluto revuelo en la plaza. A lo lejos escuchó los gritos de aquel hombre acusándola de ladrona, y pronto tuvo que evitar los intentos de la guardia por atraparla.

Se escapó por entre tenderetes, callejuelas y callejones que pocos se atreverían a atravesar y menos con una bolsa de dinero. Un soldado la encontró en el mercado de los víveres. Así que reaccionando rápido, liberando a las gallinas de la señora Eulalia, y no dudó en lanzar la primera que agarró a la cara del soldado. Luego continuó corriendo en dirección contraria, respirando con dificultad y sabiendo que si lograba llegar a las afueras del pueblo y se adentraba en las cárcavas del desierto nadie se atrevería a seguirla. Lograrlo sería su salvación, pues nadie conocía mejor que ella esa zona, nunca le darían caza allí, ni aunque algún loco decidiera perseguirla.

Se estaba quedando sin aire, cuando al fin vio su objetivo y decidió hacer un último spinrt, antes de permitirse descansar a salvo. Sin embargo, de pronto  chocó estrepitosamente contra un altísimo hombre que se había interpuesto en su camino. El impacto la impulsó hacia atrás y cayó sobre el árido suelo, que le malogró las rodillas. El golpe le arrebató un quejido y una maldición.

-¿Es que no puede mirar por dónde anda?- gritó exasperada mientras recogía las últimas monedas que habían caído de la bolsa de tela, que tanto trabajo le había costado conseguir.

El hombre no se molestó en contestar. La agarró del brazo que tenía libre y levantándola unos centímetros del suelo, la dejó a la altura de sus ojos. Le arrebató entonces, la bolsa con gesto enfadado, mientras ella se retorcía entre sus manos.

Kalia no reconoció al hermoso y varonil rostro que se ocultaba bajo la impecable capa negra, pero sí la lujosa fíbula plateada que la abrochaba en el cuello de su portador. Se encontraba frente al hombre al que acababa de robar. Tragó saliva impresionada por la intensidad de su oscura mirada y volvió a revolverse con más ganas, tratando de zafarse de su agarre cuando llegaron los soldados que la perseguían.

-¡Aquí está! Casi se nos escapa. No se preocupe señor nosotros la haremos responder ante la justicia- anunció uno de los soldados.

Kalia desesperada, aprovechando que estaba a varios centímetros del suelo para coger el impulso necesario, y colocar sus piernas sobre el pecho de su agresor. Con todas sus fuerzas lo empujó separando sus cuerpos, y ambos cayeron al suelo. Pero ella ya estaba preparada para el impacto y para salir corriendo de nuevo. Sin embargo, él volvió a ser más rápido y la atrapó de inmediato.

Uno de los soldados la agarró del brazo y con violencia la tiró al suelo haciendo más profundas las raspaduras de las rodillas. Luego le ató las manos detrás de la espalda, mientras ella trataba de coger una gran bocanada de aire, viendo su tarea dificultada por la polvareda que se había levantado. Así que tosió con fuerza y sofocada se rindió.

-¿Quién es ella?- preguntó aquel al que debía su desdicha. No dejaba de lamentarse pensando en lo poco que le había faltado para llegar cárcavas y conseguir su libertad.

-Es Kalia Dakog. La hija de uno de los mercaderes de la zona señor. Pero no se preocupe esta noche la pasará en el calabozo y mañana informaremos a su familia. Se le impartirá un severo castigo- se apresuró a asegurar con diligencia.

Kalia deseo no haberlo escuchado, “severo castigo” quería decir como mínimo diez latigazos, en medio de la plaza mayor. Horrorizada maldijo su suerte, aunque en fondo sabía que ella misma se lo había buscado.

-No, yo me encargaré de ella.- ordenó el desconocido, sin dar lugar réplica.

-Pero señor nosotros debemos…    

Al susodicho le bastó una mirada para callar al soldado. Kalia se asustó todavía más. Se había metido con la persona equivocada. Sabía que había muy pocos hombres que se atrevieran a rebatirle algo a un soldado. Pero jamás había conocido a alguien capaz de desautorizarlos, sin ninguna clase de esfuerzo. Nadie aparte del Gobernador y todo el mundo conocía su rostro pues estaba grabado en las monedas, por lo que sabía que no estaba frente a él.

-Si necesita algo ya sabe dónde encontrarnos.

Con eso los cuatro soldados se retiraron. Él la levantó del suelo sin muchos miramientos, para luego recorrer su cuerpo palmo a palmo con la mirada. Kalia se ruborizó y temió que aquel hombre quisiera abusar de su cuerpo. Después de lo sucedido, sabía que nadie acudiría en su ayuda y que escapar no era una opción, ya que él era mucho más rápido. La adrenalina aún corría por sus venas y el aire llegaba con dificultad a sus pulmones, cuando la desesperación empezó a apoderarse de ella. El silencio los envolvía, y eso no hacía más que empeorar las cosas impacientándola, por lo que decidió romperlo:

-¿Qué vas a hacer conmigo?- preguntó angustiada y respirando con dificultad.

Él negó con la cabeza.

-Aquí las preguntas las hago yo- aclaró en el mismo tono autoritario que había empleado con los soldados-¿Dónde vives?

Kalia empalideció.

-¿Para qué quieres saberlo?

-Responde.

-No. No te importa ¿Para qué quieres saberlo?- preguntó temerosa de haber puesto en peligro a su familia, y reprochándose a sí misma el ser tan imprudente e impulsiva.

-Tranquila, nadie lastimará a tu familia, siempre y cuando me digas exactamente lo que quiero saber.

-¿Y por qué debería creerte?

La mirada de su interlocutor se ensombreció todavía más y el gris de sus ojos se torno casi negro. Kalia no pudo más que tragar saliva amedrentada por su expresión temeraria.

-No te atrevas a insinuar que soy un mentiroso, pequeña ladrona. Dime dónde vives o atente a las consecuencias. Estoy seguro de que cualquiera de los soldados que se acaba de marchar estaría encantado de ofrecerme esa información. Así que no proteges a nadie con tu silencio.

-¿Y por qué no se lo preguntas a ellos?- replicó frustrada porque él tenía razón, y muerta de la preocupación.

-No juegues con mi paciencia.- Su tono implicaba una sutil amenaza que era más que suficiente para erizarle la piel.

Temiendo provocar su ira y hacer caer la desgracia sobre su familia comenzó a indicarle el camino hacia su casa, que estaba bastante alejada. En un intento desesperado por mantenerlo alejado de su hogar, lo guió por el camino más largo que encontró, pero lo único que consiguió fue impacientar a su captor y que los atrapase la noche. Una noche fría, sobre la que no podían avanzar si apreciaban la vida.  

-Condenada ladronzuela- le oyó murmurar-. Te advierto que como no lleguemos a tu casa antes del medio día de mañana, no llegarás con vida a la próxima primavera.

No se atrevió responderle. La inusitada furia contenida su acompañante, era palpable en el ambiente. Así que se sorprendió cuando, a regañadientes, accedió a pasar la noche en una de las pequeñas cuevas que había entre las grutas por las que caminaban. Temía que fuera uno de esos hombres que se creían indestructibles, y desafiaran a la implacable naturaleza de aquellas tierras.

Kalia fue atada de pies y manos, para evitar un posible intento de huida. La ira  de muchacho se notó, sobre todo, en la rudeza con la que hizo los nudos. Los había apretado tanto que Kalia creía que le cortarían la circulación. Desde luego, no le cabía duda de que sus ataduras dejarían severas heridas en su piel. Ninguno de los dos cenó esa noche. Por lo que, lo único que mejoraba un poco su situación, era que la había colocado en lugar en el que la alcanzaba la suave brisa de la noche, y podía ver sin esfuerzo la entrada de cueva. Bajo aquel manto de estrellas, creyendo dormido al peligro que representaba aquel hombre, se permitió derramar unas cuantas lágrimas. Entonces, por primera vez en su vida, rezó al Dragón del fuego, patrón de la tierra en que la había nacido. Para que protegiera a su familia y que sus actos solo recayeran en ella.

***

La observó mientras dormía, tenía el cabello enmarañado y su presencia le infundía una extraña calma, casi antinatural para una criatura como él. Pero aun le parecía increíble que hubiese aceptado casarse con una ladrona. Lo peor de todo era que ella ni si quiera sabía que viajaba con su prometido. Era extraño y no sabía muy bien cómo actuar con ella. Además era una insolente que le había hecho caminar todo el día, cuando él estaba seguro de que había un camino mucho más corto para llegar a su casa. Frustrado golpeó una pequeña piedra con el pie.

Él no había planeado casarse, pero si las sospechas del tío de aquella muchacha eran ciertas, su deber era protegerla a toda costa del peligro que la acechaba, y el método más fácil era el matrimonio. Gracias a su posición, pocos eran los que se atrevían a enfrentarlo, y él se aprovecharía de ello, para mantenerla a salvo.

***

Al alba, volvieron a emprender su camino. Las heridas en sus muñecas escocían con fuerza, pero no se quejó, sabiendo que en el fondo ella se lo había buscado. No había intentado escaparse temerosa por lo que podía haber ahí fuera. Pero por encima de todo, había temido las consecuencias que eso habría podido acarrearle a su familia. Por más que pretendieran obligarla a casarse con un desconocido, ella los quería. No les deseaba ningún mal, ni mucho menos causárselo ella misma.

Decidió que lo mejor era no tratar de retrasar más lo inevitable, y enfrentarse a los problemas de frente. Así que esta vez lo llevó por el más rápido de los senderos, deseosa de acabar con lo que ella misma había empezado, la mañana anterior. 

Un olor a quemado la desconcertó, pero continuó caminando sin darle mucha importancia. Hasta que el cielo se tiñó de humo y empezó inquietarla. Cuanto más se acercaban a su casa, más se cargaba la atmósfera. Preocupada corrió cuanto pudo hacia la cabaña de sus tíos. Lo que encontró, la dejó desolada. Su casa destrozada por las llamas ya casi consumidas de un incendio.


Aterrorizada se cubrió la boca con las manos, negándose a comprender lo que veían sus ojos. Empezó a correr de nuevo para adentrase en la casa pero una mano la detuvo, agarrándola con fuerza por el brazo izquierdo.

-No te acerques- le advirtió con voz grave.

Pero ella tironeó con fuerza para librarse de su agarre, a pesar del dolor de sus muñecas en carne viva. Sin embargo, de forma frustrante, todos sus esfuerzos parecían inútiles, y ese individuo empezaba a poner mucho empeño en alejarla de allí. Ella no podía permitirlo, no podía marcharse de aquel lugar sin comprobar si su familia había… no podía ni siquiera pensarlo. Ellos tenían que haberse salvado, al igual que ella. Las lágrimas cubrían ya su rostro, y su llanto lastimero solo incrementaba la asolación de aquellas tierras.

Entonces, una luz la envolvió con la fuerza de un rayo. Consiguiendo así, zafarse de los brazos de aquel hombre, que retrocedió como si algo lo hubiese quemado. Angustiada corrió hacia las ruinas de lo que había sido su casa. Pero según se fue acercando a ella, unas marcas de un refulgente color anaranjado, aparecieron entre los escombros. Sobre las pocas paredes que quedaban en pie. Pese a todo, ella continuó acercándose. Solo quería asegurarse de que su familia no estaba allí. Frenética, apartó baldones y tablillas, tratando de abrirse camino para registrar las habitaciones. Para su desgracia consiguió encontrar a su familia, un chillido de horror escapó de su garganta al encontrar los cinco cuerpos de sus seres más queridos desfigurados por las llamas.  

Las piernas no la sostuvieron más y cayó sobre los escombros. No tenía fuerzas más que para llorar, mientras que la luz que la rodeaba se apagaba, y las marcas de las paredes se hacían todavía más intensas. Entonces, el hombre que había creído dejar atrás apareció junto a ella. La levantó en volandas y la sacó de allí a una velocidad pasmosa, que le habría parecido irreal, si la angustia la hubiera dejado fijarse en ello. Después la ocultó entre unos peñascos. Lo suficientemente alejados de la caseta para no ser vistos, pero desde donde tenían una gran visión periférica de la misma.

Kalia vio como las marcas de las paredes eclosionaban, en una gran explosión que destruía a su paso lo poco que había quedado de su hogar. Lloró su perdida, sumida en su dolor sin tener conciencia del paso del tiempo. Solo sabía que habían pasado allí largo rato. Cuando se quiso dar cuenta, casi había llegado el atardecer y Kalia no podía entender que hacían allí. Pero no se atrevía a preguntar. Su reciente salvador no le quitaba ojo a la destrozada caseta, y parecía estar esperando algo. Ella no sabía qué, pero la tensión era tan cruda que temió por sus vidas. A pesar del dolor que la invadía, no quería acabar el día en una tumba.

No pasó mucho tiempo, hasta que unas terribles criaturas que ella no logró identificar, se acercaron a la caseta. Su piel parecía hecha de roca caliza y sus garras de un negro rojizo parecían atrapar el ulular de la calurosa brisa, que recorría las tierras de Feuer. Sin pensarlo contuvo el aliento.

-Escúchame bien- ordenó el muchacho en un susurro, mientras descendía poniéndose en cuclillas para quedar a su altura y así poderla mirar a los ojos.- Voy a ponernos a salvo a ambos, pero necesito que te quedes aquí quietecita ¿Crees que podrás hacerlo?

-Cl-claro- tartamudeó temerosa.

Sin embargo, él no parecía convencido y arrugando el ceño le hizo indicaciones para que se acercara más a él. Ella obedeció de inmediato.

-Extiende las manos- susurró con aquel tono de voz autoritario tan característico de él.

Ella volvió a obedecer muy confusa y sin entender que pretendía hacer. Cuando de pronto, él sacó una cuerda que con anterioridad había amarrado a una muy pesada roca cercana, confundiéndola todavía más. No tardó ni medio segundo en atar de nuevo sus muñecas con esa misma cuerda.

-¿Pero qué demonios…?- empezó a protestar sorprendida.

-Es  por seguridad- aclaró, y antes de darle oportunidad de replicar ya se había marchado al encuentro con aquellos extraños seres. De entre sus ropas, saco una espada, arto elaborada con extrañas marcas en su hoja que brillaban como zafiros. Las criaturas no tardaron en rodearlo y atacarlo sin piedad.

Ella lo veía todo desde su escondite, cada estocada que les impartía y cada golpe que él recibía. Se moría de angustia e impotencia al no poder hacer nada por ayudarlo. Su atención estaba tan inmersa en el combate, que no se dio cuenta de que había dejado de estar sola.

Uno de aquellos seres se acercaba a su espalda preparando sus afiladas garras para enterrarlas en su garganta. Maldijo a hombre que la había dejado maniatada y anclada a una roca. Así no podría huir nunca. Comenzó a forcejear con sus ataduras haciendo sus heridas más profundas, pero no había forma de librase de ellas. El tipo era condenadamente eficaz en  todo lo que hacía. 

Las garras de un color negro rojizo en el que no se había fijado antes, comenzaron a crecer. Hasta que dos de ella la suspendieron en el aire, para luego sujetarla contra una de los contra uno de los peñascos, y una tercera descendía desde su garganta hasta su pecho a la altura del corazón.

Entonces el cuerpo de Kalia, se llenó de pronto, de marcas similares a las de la casa antes de explotar, pero de un color blanco intenso. El pánico la invadió, y sintió brotar de su espalda algo extraño y fibroso. Pero Kalia no le dio mayor importancia, únicamente se concentró en la energía que se concentraba en sus manos, blanca como sus marcas, solo entonces supo que no había nada de que temer. Mientras ella nadaba en ese extraño mar de confusión, la criatura frente a ella produjo un graznido ensordecedor. Se encontraba totalmente dispuesta a lanzarle toda esa energía para defenderse, pero no fue necesario. En el último segundo una espada atravesó la espalda a su agresor. Este cayó al suelo como un cuerpo inerte, que dejó paso a la visión de su salvador guardando su espada.

Kalia se sintió profundamente extrañada. Las garra de aquella criatura habían caído al igual que su propietario, y sin embargo ella continuaba suspendida en el aire, a varios metros de distancia del suelo. Su compañero la observó con una expresión que ella no supo definir y por alguna razón que se escapaba a su comprensión, se sintió desnuda ante él. Un intenso rubor cubrió su rostro y Kalia agradeció la oscuridad de la noche.

-Solo tenías que quedarte quieta.- le oyó reprochar desde su altura.

La ira la invadió, dejando a un lado su confusión y repentina vergüenza.

-No me había movido ni un milímetro hasta que esa cosa apareció. Además ¿A qué loco se le ocurre dejarme aquí atada cuando estamos rodeados de peligro? ¿Y si no hubieses llegado a tiempo? ¿Cómo se suponía que iba yo a escapar?

-Mostrando tu forma más ancestral desde luego que no.- Replicó tan enfadado como ella, cuya ira empezaba a perder la batalla contra su incomprensión.

-¿Qué quieres decir?

-No lo sabes- afirmó sorprendido.

-¿Saber qué?- preguntó cada vez más exasperada.

-Mírate- concluyó él.

Kalia lo hizo. Esta vez sí reparó con detenimiento, en las extrañas marcas que habían surgido sobre su piel canela. Lo que era más, las sintió cálidas y vibrantes. Creyó que la volvería a invadir el miedo, pero este no apareció. Se sintió extrañamente cómoda, mientras aquellas marcas parecían estar despertando de un sueño eterno. Sintió también  un irregular movimiento a su espalda, y volteó la cabeza para encontrarse con unas membranosas alas blancas, que brillan tanto como sus marcas. En aquel momento, tenía la apariencia de una de las extintas hadas, que se suponía velaban por la preservación del continente Himmel, pero no podía ser. Era algo impensable.

-¿Qué me está pasando? ¿Por qué estoy así?- una nueva pregunta invadió su mente-. ¿¡Estoy volando!?- medio exclamó, medio preguntó mientras giraba en el aire sobre sí misma.

-¿Es la primera vez que adquieres este aspecto?- preguntó un tanto incrédulo.

-Sí, claro, yo nunca…- sus palabras quedaron suspendidas en el aire, pues de pronto tanto sus marcas como sus alas la abandonaron. Cayó estrepitosamente sobre el suelo, junto aquel ser que había tratado de matarla, e instintivamente se alejó él hasta que su espalda se encontró con uno de los peñascos.

-Entonces no sabes lo que eres, ni porque ha pasado todo esto.-Comentó más para sí mismo que para ella.

-No- aclaró fría, cayendo de lleno en su oscura realidad-. Yo no. Pero tú sí. Y me lo vas a decir.- ordenó imitando el irritante tono de voz que siempre empleaba con ella.

-Ahora no tenemos tiempo. Debemos irnos a algún lugar seguro.

-Eso debiste pensarlo antes de que pasáramos aquí todo el día esperando a esos… no sé, bichos, animales lo que fuera que fueran para que tu pudieras pelearte con ellos.

Esta vez, si entendió la expresión de su compañero. Cólera. Parecía como si acabara de azuzar el fuego que había dentro interior.

-Esto me pasa por tratar con ladronas.- Lo escuchó murmurar mientras se frotaba la sien. Indignada se apresuró a abrir la boca para protestar, pero él se le adelantó-. Nos hemos quedado aquí porque esos eran emisarios. E iban a informar de que entre la mugre no se encontraba tu cuerpo, y los tendríamos pisándonos los talones en poco tiempo. Y no a ellos, sino a criaturas mucho más peligrosas. Quería matarlos para darnos tiempo, su tribu no los habría buscado, mínimo hasta dentro de una semana. Pero tú has hecho que el Garba los llame, así que no tardaran en llegar. Tenemos que irnos ya.

Kalia sorprendida, continuó inmóvil en su sitio. Había oído hablar de los Garbas del desierto y de las despiadadas atrocidades que cometían, usando la peligrosa magia de su Dios; Daya Unktu. Indómitos, y escurridizos para la ley de aquellas áridas tierras.

-No. Necesito saber más cosas ¿Por qué una tribu de Garbas iba a quererme muerta? ¿Por qué hacerle esto a mi familia?

-Porque eres un hada. Acaso no te has dado cuenta. Por todos los Dragones, acabas de verlo con tus propios ojos.

-Las hadas están extintas. Todo el mundo lo sabe. Además yo no puedo ser una de esas criaturas. Es imposible.

-¡Las hadas no están extintas!- exclamó alterado- Y no vuelvas a repetirlo. El día que os extingáis todo el continente Himmel perecerá, dejando todo resquicio de tierra fértil muerta, y todas las especies que habiten estas tierras irán tras de ellas.

-Pero yo no soy un hada- insistió-. No puedo serlo. No puedo.-repitió angustiada.

-¿Pero cómo se puede ser tan terca? Lo has visto por ti misma. Lo has sentido. No puedes negar lo que eres.

-¡No!- gritó obstinada.

Un ruido los alarmó. El muchacho no perdió tiempo, se hecho al hombro como si fuese más que un vulgar saco de patatas y salió corriendo alejándolos de allí a toda velocidad.

***

Tras varias horas de recorrido sin descanso encontraron una cueva, y allí se resguardaron, sin hacer fuego para no llamar atenciones innecesarias.

-Yo no puedo ser un hada.

-¿Sigues con eso?- preguntó su compañero que se había recostada sobre una pared frente a ella y tenía los ojos cerrados-. Y según tú ¿Qué fue lo que ocurrió cuando te atacó el Garba?

-No lo sé, yo…no sé.

-Escúchame Kalia Dakog. Te guste o no eres un hada. Las hadas están siendo perseguidas y aniquiladas, porque hay gente muy poderosa que quiere llevarlos países de nuestro continente a la desgracia. La gran mayoría cree que están extintas, pero eso es porque no saben lo ligadas que están las hadas a la tierra que nos vio nacer. La ignorancia es el gran enemigo de esta época.

-¿Qué quieres decir? No te entiendo, ya es la segunda o tercera vez que oigo decir que habrá grandes desastres si nos quedamos sin hadas. Explícate ¿Por qué?

-¿De verdad no sabes nada?- preguntó él abriendo los ojos por primera vez desde que se había iniciado aquella conversación.

-No ¿Qué es lo que tengo que saber?- preguntó suplicante.

-El continente Himmel depende de las hadas para sobrevivir. En estas tierras plagadas de criaturas insólitas, las almas que perecen quedan ancladas a cuevas, como esta ¿Por qué crees que las hay por todas partes en cada uno de los distintos reinos? Esas almas crean una energía que si se libera con rutina hacen la tierra fértil, los ríos se llenan  y la comida no escasea. Pero si no se libera, esa misma energía pudre la tierra hasta consumirla, y las únicas que pueden liberarla son las hadas. Como tú. Por eso sois tan importantes, por eso tu vida está tan ligada a  la de este mundo.

-No puede ser ¿Y por qué buscan extinguir a las hadas entonces? No lo entiendo.

-Por poder. Buscan arrebataros el poder que tenéis conseguir una dependencia de todos los reinos y gobernar bajo una dictadura los seis reinos. O al menos eso creemos nosotros.

-¿Se le pueden quitar los poderes a un hada?

-No pero ellas pueden transferirlos mediante un ritual. Los que son como yo, buscamos protegeros de las personas que está detrás de todo esto. Él ha conseguido que un hada realice ese ritual y ahora quiere venganza.

-¿Venganza? No entiendo ¿Acaso las hadas le hicieron algo?

-No exactamente, pero es difícil de explicar y tu podrás saber todo eso en cuento lleguemos a Kolden.

-¿Viajamos a Kolden?- preguntó asombrada-. Al reino del Dragón Dorado ¿Dónde viven los Dognes guardianes de la sabiduría?

Él frunció el ceño molesto, y Kalia no logró entender que había dicho para que el muchacho de oníricos cabellos negros se pusiese de pronto tan tenso.

-Sí, allí.

-¿Y qué haremos allí?

-Los sabios de la Ciudadela Real te dirán todo lo que necesitas saber, acerca de ti, de los enemigos que te acechan y de la gente que te protegerá hasta la muerte.

-¿Y qué pasará contigo? ¿Por qué me has salvado? ¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Y por qué tengo que seguirte o creerte?

-Haces muchas preguntas.- Rezongó.

-Pues claro que las hago.- Se exaltó, ofendida alzándose de rodillas para ganar altura-. Ayer por la mañana mi familia estaba viva. Yo quería huir de aquí porque no quería que me casaran con un desconocido, un tal Armando Korsay. Estaba dolida y les dije cosas horribles a mis tíos.- Le tembló la voz y varias lágrimas recorrieron su rostro sin control-. Hoy todos ellos están muertos- jadeó-. Resulta que soy un hada, encargada de mantener Himmel a flote y que toda mi familia ha sido aniquilada en mi lugar.- El llanto la sobre puso, y a penas puedo continuar-. Y ahora estoy siguiendo a un hombre, al que intenté robar para librarme de otro, y todo es tan confuso…- se cubrió el rostro con las manos y volvió a dejarse caer en el suelo, mientras trataba de tranquilizarse-. Ni si quiera sé tu nombre.

-No te agradaría saber quien soy.- le contestó taciturno.

-Pruébame.

Se acercó a ella y procuró que le estuviera mirando directamente a los ojos, que en la oscuridad de la noche parecían casi negros, Kalia nunca había visto un gris tan oscuro.

-Yo soy el tal Armando Korsay.

Kalia no podía creer lo que escuchaban sus oídos. Frete a él empalideció.

-¿Te estás burlando de mí?- preguntó herida y con los ojos anegados en lágrimas.

Él negó con la cabeza y volvió a colocarse en su sitio.

-Te dije que no te gustaría saber quién soy yo.

-Te equivocas-. Gritó alterada-. Pero eso no tiene sentido. Tú eres un hombre poderoso. Yo vi como los soldados retrocedían ante ti ¿Por qué ibas a querer casarte con la hija de un mercader?

-Porque tu tío sabía lo que eras. No sé cómo ni por qué, pero él me buscó pidiéndome que te protegiera. La única manera de que yo te otorgara mi protección absoluta sin levantar sospechas que se nos ocurrió fue esa. El matrimonio. A ninguno se nos ocurrió que tú tratarías de robarme para fugarte a quién sabe dónde. Ni mucho menos creímos posible que atacaran la cabaña buscándote. Aún no entiendo cómo lo supieron.-finalizó revolviéndose los cabellos, en un gesto frustrado.

-Mi tío quería protegerme.- Recitó Kalia, incapaz de contener la anguntia-. Le dije que le odiaba- dijo entre sollozos-. Que era un hombre cruel, que no podía creer que a pesar de todo el cariño que había recibido de él, durante todos estos años, pudiera venderme.-Hizo una pausa recorriendo con la mirada las paredes de la cueva-. Como a cualquiera de sus otras mercancías, cuando mis primas habían podido casar por amor. Le grité que le odiaba, mil veces, y el solo buscaba protegerme.- Inspiró profundamente-. Y murió por mi culpa, él y toda mi familia.- Tras esto enterró la cabeza entre sus rodillas, y continuó descargando su dolor.

-No fue culpa tuya. Nadie tiene la culpa de los actos que cometen los demás.

-Pero si cargamos con una parte de la responsabilidad.- murmuró.

Él iba a decir algo, incluso lo sintió acercándose a ella, pero entonces escucharon unos pasos y ambos se pusieron en alerta. Armando empuñó su espada y le hizo señas para que se colocara a su espalda. Ella obedeció enjugándose las lágrimas. Frente a ellos apareció una chica, no más de un par centímetros más alta que Kalia, con espesos y negros rizos ocultos bajo una capa marrón. Llevaba suspendida entre sus manos lo que parecía una pequeña estrella, que les brindaba una tenue luz. Luego hizo una pequeña reverencia ante Armando.

-Soy Dorna Miesser, y he venido buscando a mi compañera.- Anunció.

-¿De qué hablas?- exigió saber Armando, sin bajar el arma.

-De la chica que escondes a tus espaldas. Yo la busco porque ella es como yo.

Dorna dejó que en sus brazos apareciesen las mismas marcas, que había aparecido en el cuerpo de Kalia, con la única diferencia de que refulgían con luz negra sobre la fina piel de alabastro. Tan diferente a la suya canela que la desconcertaba, pero de todas formas entendía que se trataba de un hada, igual que ella. Era la primera vez que se admitía a sí misma su naturaleza, y lo encontró extrañamente reconfortante. Como si por fin algo encajase. Su compañero continuaba tenso, probablemente pensando que se podía tratar de un engaño. Pero Kalia sabía que lo que decía era cierto. No estaba segura de por qué tenía ese conocimiento, pero lo sabía. Frente a ellos tenían a una de las pocas hadas que quedaban Himmel.

Por eso salió de su escondite, provocando una sarta de improperios que salieron de la boca de Armando. Lo ignoró y extendió sus manos para cogerlas de Dorna. En las suyas también aparecieron las marcas que las caracterizaban. Su unión generó pequeñas chispas de colores que brillaron a su alrededor, y una conexión especial surgió entre ellas. Dejando en sus manos izquierdas dos pulseras de extraños cristales y mostrándole a cada una sus últimas vivencias. Kalia profirió un quejido asustada y luego se sumergió en los recuerdos de Dorna.

Veía a una niña feliz que vivía con sus abuelos a los que tanto adoraba.

Acto seguido la imagen se desvaneció en una espiral de humo y luz azul, que cayó sobre otra. En esta, Dorna era más mayor, igual que en aquel momento, rodeada de seres que parecían insectos inmensos, con cascarones marrones. La atacaban, ella lucha por salvar a sus abuelos, incendiaba su luz negra y alzaba el vuelo tratando de ayudarlos pero le sujetaron las alas, y se las estrujaron causándole un daño inigualable, Kalia creyó que se partirían. Además aquellas criaturas tenían ventaja sobre ella, tanto en fuerza como en velocidad. Partieron el cuello de su abuelo y atravesaron el abdomen de su abuela con hierro sacado del fuego, creyendo que si los mataban ella dejaría de resistirse. Lo que sucedió fue todo lo contrario, la luz negra se expandió por la habitación dejando a su paso solo muerte.

La escena volvió a desvanecerse. Caía de nuevo en el humo se hizo más denso y la luz azul más oscura. Kalia vio a una Dorna sucia y polvorienta, que llevaba varios días vagando sin rumbo. Haciéndose daño a sí misma con esos poderes que no entendía. El bucle la atrapó de nuevo esta vez cargado de violencia y la luz azul casi extinta, pero presente. La vio entonces, cortándose las venas de las muñecas tratando de acabar con su propia vida, aterrada por lo que era ella misma.

La imagen volvió a cambiar, perdiéndose en aquella espiral de humo que se volvió más suave, más tenue, mientras la luz azul refulgía en una nueva tonalidad, ni tan clara ni tan oscura como las anteriores. Esta vez Dorna estaba con un muchacho alto, rubio de ojos verdes, que se esforzaba por protegerla y salía herido. Una profunda y descarnada herida en su pecho. Luego llegó la pequeña estrella que la había guiado hasta ella.

El recopilatorio había acabado, el humo dejó de girar en espiral y la luz azul se entremezcló con otra roja vibrante, devolviéndolas a la realidad. El impacto fue tal que ambas cayeron de rodillas al suelo, y en cuanto tuvieron las suficientes fuerzas para recuperar el aire, y comprendieron que lo que habían visto había cada una, se abrazaron con fuerza.

-Lo siento- sollozó Kalia entre sus brazos.

-Y yo por ti- murmuró Dorna.

-¿Qué ha pasado Kalia?- oyó preguntar detrás de ella.

-Dice la verdad, ella es como yo Armando. Es un hada.- Le informó volteándose a verlo y enfrentar su rostro. Él alzó una ceja, seguramente sorprendido porque admitiera su naturaleza-. Tenemos que ayudar a su amigo. Está herido, no se encuentra lejos.

-¿Es el Dogne Dorado que se encuentra a pocos metros de aquí?- preguntó sorprendiéndolas a ambas.- Lo noto- dijo a modo de aclaración.

A lo que las muchachas asintieron, y Armando fue en su busca. Como era de esperar no tardó mucho en volver con el alto muchacho de cabellos rubios. Lo depositó sobre suelo sin esfuerzo y luego colocó sobre las manos de Dorna un saquito, con polvos mezala. Una sustancia curativa muy escasa por aquellos lares.

-Gracias.- dijo antes de empezar a aplicárselo a su amigo.

-¿De quién se trata?- preguntó frio y distante.

-Él es Gael Cirsey.- Armando la sorprendió volviendo a empuñar la espada y acercándose al moribundo para acabar con él-. Es mi protector- se apresuró a añadir Dorna poniéndose delante Gael, protegiéndolo con su cuerpo-. No le hagas daño, por favor. Él no ha hecho nada malo. Solo cuidar de mí. Yo sé que es descendiente de la familia que tanto daño le ha hecho a mi raza, pero él no es así. Lo juro.

Kalia no podía creerlo tenía ante sus ojos al descendiente de aquellos que habían ordenado acabar con su familia. Con la familia de ambas y ella lo protegía. Dorna suplicaba por su vida, ella misma había sentido su angustia al creerlo muerto. También había visto como se había hecho esa herida. Por lo que hizo un gran esfuerzo por olvidar sus rencores y ayudar a Dorna a curar las heridas de Gael.

-Armando, siento lo que ella siente. Aquí.- le indico poniendo ambas manos sobre su pecho-. Dice la verdad, por favor confía en mí.

-¿Quién confía en una ladrona?- le oyó murmurar por lo bajo, mientras envainaba la espada de nuevo y montaba guardia en la entrada de la cueva. Allí podría estar atento a cualquier cosa que procediera de fuera y al mismo tiempo escuchar su conversación sin que ellas lo supieran.

Kalia suspiró resignada, pues sabía que no tenía derecho a replicarle nada.

-Parece que él.

-¿Cómo?- preguntó mientras se volvía para continuar ayudando a Dorna.

-Digo que parece que él sí confía en una ladrona.- Contestó, y el rubor inundó sus mejillas-. Es decir, tú intentaste robarle su bolsa de monedas, y de todas formas ha hecho lo que le pedías. Ha dejado vivir a Gael.- De pronto se detuvo sonrojada-. Perdona no quise ofenderte yo solo…

-No tienes que pedirme disculpas, yo sé bien lo que hice.- Murmuró clavando la mirada en la oscura silueta de Armando.- Pero me cuesta creer que lo haya hecho solo porque yo se lo pedí, quizá tenga alguna otra razón que no vemos.

-¿Por qué piensas eso?- preguntó Dorna curiosa mientras aplicaba con cuidado los polvos y acariciaba con mimo el rostro de su compañero.

-No sé, pero la mera idea me parece irreal ¿Tiene eso algún sentido para ti?

Dorna negó con la cabeza.

-Eres escéptica, pero no se puede negar lo innegable. Él confía en ti.

-No lo creo- aún tenía muy presente como le había atado las manos en aquel peñasco, justo antes de la pelea con los Garbas.- ¿Vosotros dos sois pareja?- preguntó viendo como Dorna dejaba de pronto de acariciarle.

-No, por supuesto que no- aclaró con el rostro del todo enrojecido.

-¿De verdad?- tuvo que preguntar, pero la expresión mortificada de la joven la hizo entrar en razón.- Lo siento, es que como te vi tan afectuosa con él que pensé que…

-No es por eso- se apresuró a interrumpirla todavía sonrojada.- Es solo que él es un Dogne, y ellos no pueden pasar mucho tiempo sin contacto físico. Al menos no en su forma humana. Por lo que sé, cuando pasan mucho tiempo sin él, es como si el dolor los comiera por dentro. Gael me contó, que miles de años atrás como tortura se impartía el privar de contacto a los que eran como él. Lo que les llevaba a una muerte muy larga y dolorosa. En sus libros de historia cuentan como los afectados en su mayoría perdían la cordura pasados los 3 primeros meses. Ahora esa práctica está prohibida entre los Dognes. Creo que lo consideran su gran debilidad, bueno eso y la claustrofobia, no soportan los sitios cerrados.

-No tenía ni idea. Últimamente vivo con la permanente sensación de nunca sé nada acerca de nada. Me siento tonta, engañada. Hay tantas cosas que no entiendo.

-Quizá yo pueda ayudarte un poco.- La animó Dorna.- Yo antes estaba igual que tú.

-No sabría por dónde empezar a preguntar.

-Empieza por lo primero que acuda a tu cabeza. Lo demás irá surgiendo.

Ella agradeció el esfuerzo de Dorna, pero lo primero que acudía a su cabeza era algo que no podía contestarle. Quería saber qué pasaría con Armando cuando llegasen a Kolden. Él no le había respondido, y por alguna razón tenía miedo de que decidiera desaparecer. Igual que había desaparecido todo lo que ella creía real y bueno en su vida. Optó por preguntarle algo más sencillo.

-¿Por qué la gente adora tanto a los Dragones si la supervivencia de cada país recae en nosotras?

-¡Oh, eso es más simple de lo que parece! Lo que ocurre es cada uno de los Dragones de antaño eran los señores de los seis Países de Himmel. Antes eran venerados por eso, y porque se encargaban de la protección de las hadas. Ahora pienso que la idea se ha distorsionado bastante. La gente cree en ellos como si fuesen Dioses, quizá sea culpa de la ignorancia y la necesidad.

-Excepto al Dragón plateado. Nombrarlo si quiera parece un sacrilegio ¿Por qué?

-Es por el poder que guardaba el Dragón de plata. El poder sobre la vida y la muerte, son escasos entre los Dognes y temidos incluso entre ellos. Son los más próximos a sus bestias internas. Nadie se atreve si quiera a toserles. Pero también eso es una desventaja. Los aíslan, los dejan al margen.

-Es triste, tienen que sentirse muy solos si todo el mundo les tiene miedo.

-Sí, la soledad es algo duro.- Comentó clavando su mirada en las cicatrices de sus propias muñecas.

Kalia le agarró la mano, y le dio un pequeño apretón, dándole ánimo a su nueva amiga y compañera.

***

A la mañana siguiente Gael, ya estaba consciente. Estuvo punto de crear de nuevo un conflicto violento entre él y Armando, pero las chicas lograron controlar la situación. Armando estaba más irritado de lo habitual y caminaba siempre varios pasos por delante del grupo. Hasta que Kalia se cansó de verlo tan enfurruñado y se dispuso a alcanzarlo.

-¿Qué te pasa?- Le preguntó, sin embargo, él se limitó a dedicarle una mirada desdeñosa- ¿Estás enfadado por qué Gael nos acompaña?

-Tenemos que llegar a Azalú, cuanto antes.- Esa fue su estoica respuesta.

-¿Qué hay allí?

-Provisiones. Quizá a ti te dé igual que llevemos casi dos días sin comer como se debería, y que esta mañana tu amiguita le haya dado nuestros últimos alimentos, al imbécil ese que tiene por compañero. Pero a mí no.

Bien, a eso se reducía todo su enfado, a comida. No lo culpaba, ella también tenía un hambre atroz, que la hacía estar un poco más irritable de lo habitual. Pero al contrario que él, que parecía lleno de vitalidad, estaba demasiado cansada como para igualar su cabreo. Así que hizo lo único que se le ocurrió para aplacarlo un poco, aunque estaba segura de que se reiría de ella y la desairaría como a un estorbo. Se puso frente a él cortándole el paso y esperando a que se encontraran sus miradas.

-Lo siento- dijo arrepentida, aunque se atrevió a disfrutar del pequeño placer de verlo atónito.- Siento haber intentado robarte, el golpe que te diste cuando intenté escapar, el haberte hecho ir por el camino más largo que encontré hacia mi casa, el haberte atacado cuando quise entrar en las ruinas de mi casa- continuó sabiendo que cada vez se hundía más en su propia fosa-. Lo siento, también por haber provocado que el Garba llamase a su tribu, aunque eso no fue culpa mía- se apresuró a aclarar-. Siento, no haber querido creerte y siento mucho que ninguno de los haya comido desde que nos conocimos.

Esperó a que el dijera algo después de tan extensa disculpa, pero como eso parecía no suceder comenzó a sentirse incómoda y cuando no aguantó más continuó su camino sin mirar atrás.

-Pues yo siento lo que le pasó a tu familia- lo escuchó susurrar.

-Sí, yo también.- Susurró con gran pesar, y continuó caminando.

***
 
En Azalú, una de las más impresionantes ciudades de Feuer, pasaron una tarde tranquila y comieron todos a cuenta de Armando. Lo que le hacía sentirse algo culpable, y más sabiendo que no se llevaba bien con Gael, pero tampoco podían dejarlos desamparados.

De noche se alojaron en un hotel, que por supuesto pago Armando y la conciencia empezó a reconcomerla. Pero todo eso dejó de tener importancia, cuando todo el pueblo vio como la Torre Angbert caía y la cúpula protectora de aquella ciudad caía con ella.

Cundió el pánico. En todas partes, demonios y criaturas oscuras no dejaron de entrar a la ciudad por horas, dejando ríos de sangre a su paso.

Kalia sabía lo que tenía que hacer. Tenía que conseguir restablecer el escudo que había protegido a esa ciudad, incluso sabía de forma instintiva como hacerlo, pero para ello necesitaba a Dorna y ella no aparecía por ninguna parte. Bajó a la calle y a pesar de la lluvia dejó crecer sus alas para buscarla desde los aires. Pero un monstruo de un intenso azul marino, del que resaltaban sus ojos vidriosos y las escamas que cubrían su torso se arrojó contra ella cuerpo a cuerpo.

El impacto la derribó contra el suelo y ensució sus alas de barro, volviéndolas pesadas. No tardó en sentir la fría punta de la espada sobre su garganta. Aterrada, vio como la repugnante criatura de ojos vidriosos, sonreía victorias sobre su cuerpo, e hizo grandes esfuerzos por desenterrar sus alas de entre el barro, pero no pudo. La muerte la miraba de frente, mientras aquel ser sin nombre enredaba sus zarpas entre sus castaños cabellos y acomodaba mejor el arma sobre su cuello.

Entonces, unos finos y entretejidos hilos dorados envolvieron el cuerpo de su atacante, reluciendo con un fulgor apabullante que lo distrajo. Kalia aprovechó para colocar sus manos entre las branquias de su agresor, que ocupaban el lugar de las costillas y llenó su cuerpo de una luz intensa que lo hizo eclosionar en pedazos, que se esparcieron a su alrededor.

Con dificultad logró separar sus alas del suelo, a pesar del líquido viscoso y transparente que ahora la envolvía. Dedujo que debía ser la sangre de aquella criatura y se estremeció por completo.


Medio incorporada, consiguió vislumbrar el origen de los filamentos dorados y el rostro intranquilo de su salvador. Un niño pequeño de apenas 4 o 5 años, sostenía en sus manos una refulgente bola dorada de la que nacían todos aquellos hilos, que ahora volvían a su origen. Cuando todos fueron recogidos y sólo quedó en sus manos aquella tintineante bola de luz, la lanzó contra sus doloridas alas. Kalia temió quedarse sin ellas, sin poder hacer nada por evitarlo. Pero por el contrario, la esfera dorada limpió sus alas del barro y la sangre viscosa que las habían inutilizado y entorpecido. Incluso le proporcionó alivio. Maravillada observó al niño rubio al que debía su vida y le tendió su mano.

El niño, receloso aceptó su mano, y Kalia en silencio juró protegerlo, a como diera lugar. Con la mirada busco a Dorna, dispuesta a hacer cualquier cosa por reconstruir el campo de fuerza que había protegido a aquella ciudad. Sin embargo, únicamente logró ver a Armando luchando junto a Gael, rodeado por un extraño fuego que acaba de aniquilar a seis criaturas similares a la que la había atacado a ella. Sin dudarlo, fue a su encuentro.

-¿Qué haces tú aquí?- gritó Armando escandalizado.

-Cuídalo- le ordenó, depositando el niño en sus brazos.

Sin pararse a observar su reacción, emprendió su vuelo en busca de Dorna. Ellas tenían que ganar una batalla. Concentrando su energía en la pulsera de extraños cristalitos, que había aparecido en su muñeca cuando conoció a Dorna, logró sentir su presencia, que la estaba buscando igual que ella.

Cuando se encontraron ambas surcaron los cielos, hasta llegar al lugar dónde se había encontrado el campo de fuerza, con una impresionante sincronización recientemente adquirida. Entonces, unieron sus fuerzas hasta que acumularon tanta energía que no podían contenerla. Se abrasaron las manos con su propio poder, y entonces lograron reconstruir la barrera, a pesar de que les llevo más tiempo del esperado. Una vez colocada de nuevo, la propia cúpula se ocupó de librarse de los intrusos que habían invadido su ciudad, mientras Kali y Dornar caían exhaustas. Sin embargo, en cuanto sus manos se separaron, una inmensa fuerza magnética las golpeó con fuerza y las envió a dos puntos opuestos de la ciudad.

***

-¡Kalia!- Escuchó gritar su nombre- Kalia despierta.

Sintió agua fría correr por su rostro y despertó de inmediato. Se tapó la boca y tosió entre las rocas. En cuanto abrió los ojos, se encontró con el rostro de Armando a unos centímetros del suyo.

-¿Qué ha pasado?

-¿Estás bien?

-Sí ¿Dónde estamos?

-En una de las cuevas de Azalú. Tú y Dorna salisteis disparadas, separándoos la una de la otra. Lo que hicisteis fue increíble. Habéis salvado a esta ciudad.

-¿Y Dorna? ¿Ella está bien?

-No lo sé, yo vine en tu búsqueda y Gael fue a encontrar a Dorna.

-Entonces estará bien- aseguró convencida.

-De todas formas deberíamos salir de aquí esta cueva no parece muy segura.

-Tienes razón.- Murmuró levantándose del suelo.

Y como si hubieran llamado a la desgracia, la entrada de la cueva se derrumbó dejándolos encerrados.

Armando se volvió loco tratando de abrirse camino para salir de allí. Nunca lo había visto así. Tan alterado. Respiraba con dificultad y se quitó la lujosa capa bajo la que no llevaba nada más que unos pantalones raídos por la batalla. Dejando expuesto el tatuaje de un Dragón que ella no había visto nunca. Le cubría toda la espalda. Apartó piedras hasta que la sangre brotó de sus manos, y Kalia tuvo que intervenir para se pusiera un alto.

-¡Basta Armado! ¡Ya basta!- gritó agarrándolo de las manos- Dorna puede encontrarme gracias a esto- le explicó tranquilizadora mostrándole la pulsera-. Van a saber que estamos aquí y nos sacaran pronto ¿Vale? No tienes nada de lo qué preocuparte.- Pero seguía pareciendo nervioso y muy agitado, algo tan impropio de él, que la dejó consternada.- ¿Es que acaso tienes claustrofobia o algo por el estilo?- Armando le devolvió una mirada histérica nada propia de él.- ¡Oh! Es justamente eso ¿verdad?

De pronto supo exactamente quién era Armando. Era como si hasta entonces hubiese llevado un velo en los ojos y ahora todo estuviese claro. En su interior nació una luz que lo llamaba desde su interior, y eso se vio reflejado en su piel, que se iluminó con las marcas que la caracterizaban. 

-Tú…-artículo incrédula por no haberse dado cuenta antes- Tú eres un Dogne ¿Verdad?- no le hizo falta respuesta, ahora estaba convencida todo en él gritaba lo que era. Decidida colocó las manos sobre torso desnudo,  lo que hizo que en su cuerpo brotaran marcas parecidas a las de ella, pero más toscas más varoniles- Pero no uno cualquiera, eres un Dogne Plateado.

Kalia no tenía idea de cómo sabía todo aquello, solo podía pensar en lo obvio que resultaba. El contacto con aquellas marcas le dijo más de Armando, de lo que probablemente él habría creído conveniente. Estaba sufriendo, y no solo por la claustrofobia, llevaba días sin recibir el contacto físico tan necesario en la vida de los Dognes. Incluso palpó con la palma de su mano su deseo de mantenerla a salvo.

Conmovida se dejo llevar por sus instintos y acarició sus marcas, cosa que sin entender muy bien por qué la hacía sentirse bien. Pero el verdadero placer llegó cuando él empezó a acariciarla a ella, incitado por la conexión que ella misma había creado. No creía que ninguno de los dos fuese capaz de frenarse en aquel momento. Sus cuerpos se unieron llenándose de besos y de caricias húmedas. Comenzaron así, casi sin saberlo una noche de pasión inolvidable que marcaría sus vidas para siempre.

Kalia no sabía lo que le depararía el futuro. Pero sí sabía que sería capaz de enfrentarse a cualquier cosa siempre que aquel hombre permaneciera en a su lado. Su vida había dado un giro inesperado, pero lograría sobreponerse a ello con su ayuda. De alguna manera, supo que así lo habían querido las líneas de sus destinos.


Angie


Proyecto Neminis Terra: Reivindicando Blogger
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4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho!! Me ha costado un poquito leerlo, pero ha sido una historia muy buena, en un mundo que me gustaría seguir conociendo.

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    1. Me alegra mucho que te haya gustado^^ La verdad es que estoy pensando en desarrollar otra vez esta historia pero escribiéndola por capítulos, porque creo que se le puede dar más juego del que le di y hasta quedar mejor. Si lo hago y me gusta prometo publicarlo por aquí :)

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  2. Dragones, dragones, dragones, dragones... Kat contenta. Dragones. ♥
    Bueno, creo que se nota que adoro los dragones, son criaturas majestuosas y la forma en la que los presentas me parece muy original y te recomendare la trilogía Firelight si no la has leído porque tiene similitudes con tu relato y creo que te gustara.
    Pues pues me encanta. Desde luego Kalia tiene un carácter muy fuerte, vaya genio tiene la niña.
    Lo único que veo así que podrías revisar es la puntuación, las comas sobre todo. Por lo demás me parece un relato impresionante y que si haces historia quiero leerlo así que estaré pendiente del blog :3

    Unnn besito Angie ♥

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    1. Muchas gracias Katia, buscaré la saga para leérmela cuando pueda.

      Kalia es así, como reflejo de la tierra en la que nació. Es decir, la tierra del fuego. En contra posición Dorna es más tranquila, y eso es porque aunque aquí no se explica Dorna procede de las tierras del Dragón del agua.

      Me alegra mucho que te haya gustado, y te avisaré cuando empiece esta historia aunque aviso que no será pronto, porque mi tiempo libre escasea.

      Muchos besitos ♥

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