Dragones a eso se resumía todo. Seis Dragones, seis países
que constituían un continente, dedicado a venerar a los que antaño fueron
grandes bestias que surcaron cielos, y ahora no eran más que piedras. Piedras a
las que la gentes de aquellos lares entregaban
sus vidas entre ruegos, suplicas y clemencias que en su mayoría eran desoídas.
Pues de todos era sabido que corrían tiempos de penurias e injusticias.
Kalia detestaba todo aquello, para ella lo único que les
habían dejado los Dragones eran Dognes. Unas criaturas en apariencia humanas
que podían adoptar la forma de los Dragones de la región en la que nacían. Unos
tiranos en su opinión, que se aprovechaban de su familiaridad con las místicas
criaturas que los caracterizaban para tomar todo lo que deseaban, sin importar
las consecuencias de sus actos. Ella no sabía cómo eran las cosas en los demás
países, pero en Feuer; tierras del Dragón del fuego, los Dognes no eran más que
un puñado de arrogantes que miraban, a todos los que no eran como ellos, con
superioridad y desprecio. Sabía poco de los demás países pero no creía que
fuese muy diferente.
Sin embargo ella no estaba dispuesta a ser pisoteada, ni
mucho menos vendida como una vulgar mercancía, tal y como pretendía hacer su
tío. Quería casarla con un Dogne, propietario de una de las pocas tierras
prosperas de Feuer, pues allí no había más que volcanes y desiertos, a
excepción de unas cuantas extensiones de tierra que valían pena. Por supuesto no
se encontraban en mano de pueblerinos y mercaderes. De ahí que la práctica del
matrimonio por conveniencia fuera tan acuciada en aquel lugar.