miércoles, 13 de abril de 2016

El Iniciado III

I wanna taste the way that you bleed, oh
You're my kill of the night.
Kill of the night de Gin Wigmore




El frío acariciaba su piel, cubierta solo con una fina camiseta blanca, cuando sintió el agua corriendo por su cara y despertó alarmado. Estaba empapado y desconcertado. Se encontraba en una celda hecha de piedra, en la que tan solo entraba una tenue luz, que era más que suficiente para ver a Roxanne. Detrás de los barrotes, lo observaba divertida, sus rizos sueltos caían sobre sus hombros, y un delatador cubo vacío yacía entre sus manos.

-Al fin despiertas bella durmiente. Llevas dos días dormido.

-¿Dónde está Tarah?- preguntó levantándose con pesadez, sin hacer caso a los tirones que sentía en el centro de su cabeza.

- Es curioso que te acuerdes de ella tan solo después de haberla matado- replicó en vez de contestar.

-Hija de...- rugió furioso lanzándose contra los barrotes, pero no pudo terminar de pronunciar el insulto. Había sido demasiado imprudente al acercarse tanto, y ahora Roxanne lo sujetaba por la garganta levantándolo a varios centímetros del suelo, desafiándolo con la mirada a que continuar- ¿Qué habéis hecho con ella? ¿Por qué estoy aquí?-Consiguió preguntar mientras trataba de zafarse de su agarre, arañando sus finas manos. Sorprendentemente le dejó caer con una mueca, demasiado cerca de ella, separados solo por la presencia de aquellas barras de metal.

-Porque eres peligroso- contestó deslizando la mano rasguñada a lo largo de abdomen mojado, mientras lo devoraba con una mirada cargada de un deseo, que le hizo temblar.- Yo de ti, me olvidaría de hacer más preguntas. Tú has confiado en nosotros, sólo porque una chica bonita te ha dicho que es como tú. Y entre nosotros.- Añadió con un burlesco tono confidencial-. Esa, no ha sido la mejor de tus ideas.- Recalcó mientras le clavaba las uñas, recordándole que no debía protestar-. Harán con ella lo que tengan que hacer.

Tras eso, comenzó a marcharse, mientras el miedo y la agitación calaban hondo en sus huesos. No podía creer lo estúpido que había sido.

-¿QUÉ LE VAIS A HACER?- gritó desesperado, golpeando los barrotes con todas sus fuerzas- ¡Respóndeme!- rugió furioso.

Pero ella ya no estaba allí, se había ido. Frustrado golpeó el metal con rabia y se dejó caer contra el suelo, sin poder evitar las lágrimas de frustración que corrían por su rostro. Lo hacía todo mal, y Tarah no paraba de pagar las consecuencias, una y otra vez. Era patético. Lo único que lograba hacer por ella, era llorar sin consuelo, como cuando era un niño. Por un momento, se permitió vagar por los recuerdos de su pasado y vio a su madre agachada junto él, acariciándole la cabeza. Diciéndole algo agradable sin duda. Un susurro invadió su mente "No llores cariño, busca una solución".  El tiempo se detuvo para él, había sido tan real como si su madre hubiese estado allí en ese instante. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y solo el rápido martilleo del corazón en su pecho lo sacó de su estupor. 

Una furiosa determinación se apoderó de él. Se levantó y observó la pared de frente, mientras se secaba el rastro de lágrimas que perduraba en su rostro. Sin duda, aquellos barrotes estaban hechos para que él no pudiera destruirlos. Pero, ¿Sería lo mismo con la pared de piedra? ¿Cuán fuerte era ahora? Creyó que era el momento adecuado para descubrirlo, y con ímpetu palpó la pared, buscando algún desperfecto del cual pudiera aprovecharse, y encontró unas cadenas adheridas a la piedra. Sin pensarlo dos veces, tiró de ellas hasta se soltaron de la pared dejando en su lugar un surco del tamaño de un puño. Casi no podía creerlo, pero no se permitió tener esperanzas, aún era muy pronto para cantar victoria, y ya se había llevado demasiadas desilusiones. 

Con un poco de esfuerzo, consiguió meter la mano a través del agujero. Cogió aire, preparándose para usar toda su fuerza, y a continuación tiró de la pared con todas sus ganas. Al principio, no creyó que fuera a servir de nada, pero poco la pared fue cediendo. No daba crédito a lo que veían sus ojos, pero era cierto, la pared se estaba cayendo. Con un gran rugido nacido de su pecho, consiguió derribar la pared de piedra. La ruptura originó un enorme estruendo, mientras miles de rocas de diferentes tamaños caían a sus pies y el polvo lo envolvía todo. Poco a poco, consiguió vislumbrar un hueco lo bastante grande para poder salir de su prisión. Respiró con fuerza y tosió llevándose una mano a la boca para protegerse del polvo.

Salió de allí avanzando por los corredores del norte, y se encontró con la primera patrulla de guardias. Uno de ellos armado con una enorme hacha, lo atacó. Instintivamente, atrapó el brazo armado, y clavó el hacha en la pared. Justo entonces pateó la rodilla de su agresor, y el crujido de ruptura atravesó la cueva, acompañado por el grito de dolor del guardia. Antes de que el hombre pudiera reaccionar ya le había hundido la tráquea y no respiraba. Sus ojos se apagaron al igual que su vida.

El compañero de este, se lanzó contra él armado con unas dagas, dispuesto a clamar venganza. Él estiró el brazo y agarró su cabeza golpeándolo contra la pared opuesta. Horrorizado vio como el cráneo de este estallaba, no dejando más que una viscosa masa pastosa entre sus manos. Permaneció en shock un instante al darse cuenta de que había utilizado mucha más fuerza de la que imaginaba.

A sus oídos llegó un silbido que cortaba el aire, y una flecha atravesó su brazo izquierdo. Lo habían herido. Una fiebre negra de ira lo envolvió todo. Partió la flecha en dos. Se sentía cegado por sus instintos y una furia inmensa que lo dominaba. Atrapó al tercer guardia, y en apenas unos instantes, ya tenía a su víctima postrada en el suelo mientras le arrancaba la yugular con los dientes.

Sediento de sangre y de venganza, descontrolado, atravesó el inmenso portón que lo separaba del alma de Tarah, donde se sentía la energía de un ritual muy poderoso. Pero no encontró lo que esperaba, allí solo había gente retorciéndose y muriendo bajo una espesa niebla, entre gris y blanca, que salía de una luminosa grieta en la pared.

En medio de todo aquello, se encontraba Roxanne de pie. Erguida, con los dorados cabellos un poco humedecidos, y los labios más rojos de lo habitual. Ella observaba como los demás sufrían y se consumían a su alrededor, sin mostrar ni una pizca de piedad. Inmune quizás.

-Una lástima, se han equivocado de alma. Era está-. Comentó mostrándole el frasco en el que se encontraba el alma de Tarah.

-¡Los utilizaste!- gritó lanzándose contra ella, tal y como había hecho con los otros guardias, pero Roxanne era mucho más rápida y estaba armada.

Él era un neófito, y por lo tanto mucho más fuerte que ella, en un combate cuerpo a cuerpo la hubiera vencido sin problemas, pero no podía atraparla. Ni siquiera era capaz de verla. Se sentía cada vez más torpe y fatigado, lanzándole golpes al aire. La niebla, sí que les estaba afectando de alguna manera que él aún desconocía, pero era evidente que algo no marchaba bien. Sentía cansancio, y la cabeza le daba vueltas, aturdiéndolo. De pronto, empezó a sentir rápidos y profundos cortes por todo el cuerpo. Rugió iracundo, aun cuando todos sus instintos estaban en alerta, y se esforzaba por atraparla, no conseguía ni tan siquiera evitar los golpes de Roxanne.

No tardó en descubrir que no era inmune al dolor, y que los cortes no paraban de sangrar. En ese instante supo, exactamente lo que les hacía la niebla, los estaba volviendo vulnerables. Si seguían así, esa noche moriría, y eso algo que no se podía permitir, aún tenía que salvar a Tarah. 

El siguiente corte fue más profundo, entre las costillas dejándolo sin aire. Tropezó y cayó golpeándose la cabeza contra la pared y sintiendo el frío acero bajo su mano derecha. Era la espada de alguno de los moribundos que se retorcían en el suelo. La agarró con fuerza, y a pesar del dolor de sus heridas se concentró en escuchar el sonido del viento.

Entonces la encontró, y antes de que ella pudiera darle la estocada final se incorporó atravesándola, con su nueva adquisición. En ese momento, el yermo epíteto de la muerte los invadió a los dos.

Roxanne, se encontraba más pálida que nunca, con el abdomen atravesado por la espada. Él todavía no entendía como aquella simple hoja afilada podía ser suficiente para arrebatarle la vida. Esa niebla era asombrosamente destructiva. La sangre no cesaba de huir de su cuerpo, cubriendo el frío acero que se hundía en ella, y volviendo a mancharle las manos de rojo carmesí. Ella comenzó a reírse, observando su estupefacto rostro. Viendo tan bien como él cómo se marchitaba su existencia.

-¿Crees que has ganado?- preguntó de pronto, dejándolo impresionado-. Pues te equivocas, has llegado tarde ¡Te has quedado dormido!- Se jactó mientras reía escandalosamente.

-¿De qué estás hablando?- Preguntó confundido.

De su escote sacó el frasco en el que reposaba un alma humana, como una tenue luz violácea.

-Esta no es Tarah. No es la mujer a la que amas.

-¿Qué dices? ¡Mientes!-gritó furioso de nuevo.

Roxanne volvió a reír esta vez con menos intensidad, mientras su facciones se volvían algo más serías aunque la diversión no desaparecía de ellas.

-Lo niegas. Ni si quiera puedes reconocerla.- rió negando con la cabeza débilmente. Movimiento que consiguió que algunos de sus rizos se manchasen con su propia sangre, y le arrancó un pequeño quejido.- El alma de Tarah se destruyó en este ritual, porque no era la indicada. Es por eso, que de esa brecha sale esta niebla que me mata.- Explicó con dificultad-. Es el castigo, por quebrar un alma pura de manera injustificada- dijo señalando la grieta luminosa que atravesaba la pared que había frente a ellos.

-¡Mientes!- Repitió reacio a creerla.

Enfadado quiso hacerle todavía más daño, pero no hizo falta. Ella le agarró por los hombros y atrayéndolo hacia sí, hundió la espada mucho más profundamente en su cuerpo. Antes de morir le susurró: "Compruébalo, sabes cómo hacerlo". Entonces lamió uno de los cortes que ella misma había dejado en su rostro, y después besó sus labios dejándole probar su sangre, antes de caer flácida entre sus brazos. 

Como si aquella niebla que lo envolvía todo, se hubiese instalado en su cabeza hizo exactamente lo último que Roxanne le había pedido. Le sacó la espada del abdomen, aunque no se deshizo de ella y cargó con su cuerpo, hasta la parte central de la Cueva de las Ánimas. Por el camino se encontró con más guardias, que aún no sabían lo afortunados que eran de no haber participado en ese fatídico ritual. Al ver el cadáver de Roxanne entre sus brazos se aparataron y le abrieron paso, inmovilizados, sin saber qué hacer. 

Cuando llegó a su destino, observó que en el fondo de una habitación redonda había un lago, cuyas aguas estaban sumidas en la oscuridad de aquella caverna, cubierta de sombras. A través de las grietas de la cueva se colaban rayos de luna que iluminaban las grandes y blancas conchas marinas que rodeaban la orilla, evidentemente colocadas ahí a propósito. Ni si quiera sabía, cómo sabía lo que tenía que hacer, pero sin titubear depositó el cuerpo de Roxanne en el suelo junto a las conchas marinas, y cogió una. La llenó del agua del lago y la mezcló con su sangre. El agua se convirtió en una emulsión de colores negro y rojo de forma espeluznante.

Con cuidado, vertió parte del contenido en el cuerpo inerte de Roxanne y la herida de su abdomen se cerró al instante. Ahora tenía un cuerpo en perfecto estado, cubierto de sangre y vacío de vida. Justo lo que necesita. Aprovechó para curarse con aquel brebaje las heridas más profundas, y dejó la concha a un lado para recoger del suelo a Roxanne. 

Se adentró con ella en el lago, hasta que el agua le llegó a la cintura y sumergió su cuerpo dejando únicamente las facciones de su cara en la superficie. Se arrodilló junto a ella, todavía sosteniendo su cuerpo, mientras veía como la sangre de ambos teñía las oscuras aguas de aquel manantial. Cogió el frasco portador de almas de entre sus finas manos, y en su lugar colocó la espada que le había arrebatado la vida. Sus cabellos húmedos flotaban descuidados sobre el lago. Entonces, agarró el frasco, mientras rezaba porque fuese el alma de Tarah, y vertió su contenido sobre el rostro de Roxanne.

El agua empezó a burbujear como si hirviera, pero estaba más fría que nunca. Pequeñas y grandes olas imposibles de imaginar los envolvieron y trataron de arrastrarlos pero él permaneció anclado suelo con ella entre sus brazos, inamovible. El agua lo inundaba todo y sabía a sangre. Él sufría una y otra vez la asfixia pero no moría. Aún con sus pulmones encharcados y sus fuerzas menguando cada vez más, no soltó el cuerpo de Roxanne en ningún momento, ni dejó que la fuerza del agua los moviera del sitio. Cuando ya creía que no iba a aguantarlo más y el agua se las arregló para separarlos hasta que solo quedaron unidos por una mano que se aferraba a la otra, todo se calmó, recuperando el estado original del lago.

Tosió escandalosamente, y tardó más tiempo del esperado, en recomponerse lo suficiente para poder a acercarse de nuevo al cuerpo de Roxanne, que todavía flotaba en el agua. Colocó el brazo debajo de su cabeza, para asegurarse de que no se hundiera y como si percibiera su presencia, ella abrió los ojos. Sus increíbles ojos verde claro mostraban lo impetuoso que era el puente que había que cruzar para volver de la muerte. Ella exhaló con fuerza, y una pequeña mano se aferró a su camiseta, mientras el cuerpo de Roxanne trataba de incorporarse. Él la agarró manteniéndola a flote.

-Tranquila, tranquila- le susurró, tratando de calmarla.

-¿Quién eres?- Preguntó exaltada, mirando hacia todos lados y a ninguna parte.- ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué me vas a hacer?- Continuó la que sin duda era la voz de Roxanne, aunque no lo parecía, jamás la había escuchado tan llena de miedo y de terror.

Su rostro aniñado lo miraba aterrorizado. Sin reconocerlo, y el dolor de la perdida se instaló en su pecho como un puño que lo golpeaba muy duro. No había podido salvar a Tarah. Había dejado que destruyeran su alma. De pronto, toda su estabilidad se desmoronó. La furia y el dolor se entremezclaron en su interior. Rugió con toda la fuerza de la bestia en la que se había convertido, y dejó caer su rostro sobre el hombro de la muchacha.

-Tú no eres Tarah.- Afirmó al borde del llanto.

-No, yo soy Aisha.- Respondió la muchacha que permanecía muy quieta bajo su contacto- ¿Quién es Tarah?

Como única respuesta la dejó enfrentarse a su dura y tortuosa mirada, en absoluto dispuesto a hablar de Tarah.

-Tú querías salvarla-. Comprendió Aisha con un susurro después de unos minutos de silencio.

-Sí.

-Van a venir a por mí- dijo de pronto, con la voz rota por la angustia, apretando contra sí la espada, que de algún modo no se había separado de ella durante el ritual. Era extraño escuchar esa voz que siempre había sido tan amenazante de aquella forma. Vulnerable.

-¿Quienes?- Preguntó con voz ronca poniéndose en alerta.

-Roxanne, y los que son como ella. Van a destruirme a mí también.- Sentenció mientras las lágrimas caían por su nuevo y siempre bello rostro.

Solo entonces reparó en que Aisha aún no se había dado cuenta de que estaba en el cuerpo de Roxanne. Viendo su cara de puro terror, decidió que lo mejor era no revelárselo todavía. No quería asustarla aún más.

-Nadie te va a destruir. Te lo prometo.

-No lo entiendes. Van a encontrarme y en cuanto lo hagan... nada podrá pararles.

-Confía en mí. Yo te protegeré.

-¿Cómo?

-Por ahora, saliendo de aquí.

Y sacándola del agua en brazos se dispuso a cumplir su promesa. No había salvado a Tarah, pero la salvaría a ella. 



Angie

#ElCementerioDeLoFantástico:

Primera Parte del relato: Apertura - Por Emily Broken Rose

Aquí os dejo los enlaces de las tres diferentes respuestas a nuestra mamá cuervo:

Desmentiras - Por The Crazy Winter
Desmentiras II - Por Angellica L'Arc en Ciel
Desmentiras III - Por Victoria Prince

El Iniciado - Por Victoria Prince
El Iniciado II - Por The Crazy Winter

El Maldito - Por Angellica L'Arc en Ciel
El Maldito II - Por Victoria Prince
El Maldito III - Por The Crazy Winter



Ha estos tres últimos fragmentos responderá Emily Broken Rose con un relato final para ellos. Próximamente podréis encontrarlo en su blog ¡No os lo perdáis!