lunes, 30 de enero de 2012

Entre lobos.

Le quedaban seis minutos de vida.

Se había despedido de todos sus seres queridos, aunque ellos aún no lo sabían. Hacía veintitrés horas y cincuenta y cuatro minutos desde que había inhalado un veneno sin antídoto, que mataba transcurridas las veinticuatro horas. No había sentido dolor hasta apenas una hora atrás.

Su cuerpo había empezado a convulsionarse y el dolor era tan intenso que lo único que quería era gritar, pero se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre y no profirió ningún sonido. El sabor de su sangre mezclada con el veneno la hizo maldecir.

Sus ojos observaron con detenimiento a la manada de lobos que llevaba toda la vida estudiando y tratando de proteger. La rodeaban y la observaban desde no muy lejos.

Había venido a morir aquí porque a ellos nadie podría explicarles que había muerto, como harían con los demás. Así que dejaría que lo vieran por ellos mismos, porque aunque pareciese una locura era importante que lo supiesen.

De pronto, sintió como si mil cuchillos atravesaran su pecho, y lo último que oyó fue el aullido de los lobos.


Angie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario