lunes, 30 de enero de 2012

El momento oportuno.

Rachel se encontraba sumida en la tranquilidad de su casa vacía, iluminada únicamente por el espectáculo que ofrecía el crepúsculo a través de su cristalera. Aún tenía el pelo mojado por la ducha y se había puesto ropa cómoda para andar por casa. Estaba llena de dicha sabiéndose sola en casa, no podía creer que aún tuviera por delante una hora de absoluta paz. Decidió acurrucarse en su sofá y leer un rato. Recogió su rojo cabello en una coleta de lado, para no mojar las páginas del libro.

Para su desgracia, comenzó a leer tan sólo cinco minutos antes de que sonase el timbre.

Le lanzó una mirada cargada de reproche a la puerta, cerró el libro y suspirando se levantó. Se dirigió a la puerta con deliverada lentitud, pues sabía que la persona que se encontrase detrás de ella, vendría con implacable resolución de perturbar su calma.

Se sorprendió al encontrarse con la imagen de su mejor amigo, con el cabello castaño revuelto y la mirada perdida, nada propio de él, pues siempre lucia un aspecto intachable, que hacía derretir a cualquier chica.

-¿Qué pasa, Arlex?-preguntó, algo asustada por el aspecto de su amigo.

Su mirada se encontró con la de ella. Se fijó en que el brillo pícaro de sus ojos grises había sido reemplazado por una desoladora tristeza; en silencio, le dejó pasar, cerró la puerta y dirigió a su amigo hacia el sofá.

Mordiéndose la lengua por el montón de preguntas que bullían en su interior esperó a que Arlex, quien se encontraba totalmente inmóvil, contestase.

-Sol se va, ¿tú lo sabías?

La comprensión golpeó a Rachel, dejándola aturdida por un instante. Sol era como una hermana para ella, una de las mejores personas que había conocido, pero también una a las que más había visto sufrir, empezando por su familia y acabando por el propio Arlex.

Sol se había enamorado de él hacía ya dos años, y Rachel sabía que el sentimiento era mutuo. Sin embargo, Arlex había pasado todo ese tiempo tratando de ocultar sus sentimientos, por lo que se había acostado con toda mujer bonita y con buenas curvas que había encontrado en la ciudad.

Rachel no entendía porqué actuaba así. Siempre que Sol tenía algún problema, él era el primero en tomar cartas en el asunto, sin importar si para ello tenía que remover cielo y tierra. Ella también era la persona a la que Arlex acudía siempre que tenía un problema, la única que conseguía ofrecerle consuelo cada vez que lo necesitaba. Por eso, Rachel no comprendía porqué no podía ser sincero con sus sentimientos.

Había consolado a Sol todas las veces que había llorado por no poder tenerlo, por estar tan cerca de él y a la vez tan lejos. Por ello, entendió su decisión de irse a Verona ahora que tenía los dieciocho, y no trató de detener sus planes. Pero esto era el colmo.

-¿Y qué esperabas? ¿Qué se quedase aquí viendo como cada noche te vas con otra nueva que no es ella?-preguntó, enfadada. ¿Cómo se atrevía a venir a su casa como si él fuese la víctima? Arlex la miró como si no la hubiese visto nunca, parecía realmente confuso y aturdido. Abrió la boca para decir algo, pero en seguida la cerró. Su cara era un poema diciendo lo atónito que se encontraba. Sin embargo, la paciencia de Rachel estaba ya muy menguada debido al súbito enfado que se había apoderado de ella, y no sabía si sería capaz de esperar a por una respuesta sin ponerse a chillar como una histérica.

Tratando de refrenarse, y sabiendo que sus gritos no le harían bien a nadie, cogió aire.

-¿Por eso se va?-preguntó Arlex, casi en un susurro.

El autocontrol de Rachel se esfumó.

-¿Por qué, sino? Y no me vengas con el cuento de que no te habías dado cuenta de que ella estaba enamorada de ti porque no me lo creo-se levantó del sofá como si no pudiera soportar su proximidad y, con furia más que reflejada en sus ojos verdes, continuó gritando-¿Sabes por qué se va? Se va porque ya no puede aguantar ver un día más cómo sus sueños se destruyen, porque te quiere y le duele saber que eres inalcanzable para ella-lágrimas de impotencia acudieron a sus ojos y, como siempre que le ocurría, se odió por ello- Por eso se va-susurró.

Algo más tranquila, se sentó sobre la mesita que estaba frente a él.

-Yo...-la pausa fue tan larga que Rachel creyó que no continuaría, pero se equivocaba- Nunca he sido lo suficientemente bueno para ella, se merece algo mucho mejor que yo.

-¿Qué?-exclamó Rachel arqueando una roja ceja, había encontrado la respuesta a todas sus preguntas y no podía ser más estúpida- Eso no lo tienes que decidir tú, sino ella, y yo creo que lo que se merece es amar y ser amada. ¿Tú la quieres?

-Sí, claro que sí pero... ¿y si ya le he hecho demasiado daño y sólo empeoro las cosas?

-¡Por Dios, Arlex! Hasta ahora nunca has sido un cobarde, ¿no? En la vida todo es arriesgar-la exasperación se reflejaba en su voz.

-¿Me estás diciendo que vaya a por ella? ¿Acaso crees que va a dejar todos sus planes porque me presente en su casa y le diga que la quiero y que no quiero que se marche?-alegó incrédulo además de bastante alterado- ¿Sólo porque soy un egoísta y no quiero vivir sin ella?

-No, pero podrías decirle que la quieres y que te irás con ella.

Rachel solo había dicho lo primero que se le había pasado por la cabeza, y de inmediato comprendió lo ridículas que debían de haber sonado sus palabras, definitivamente, tenía que dejar de ver tantas películas.

-¿Cómo?-preguntó Arlex, extrañado.

-Nada-se apresuró a contestar- sólo era una idea absurda.

-No-Arlex negaba con la cabeza-, es una idea brillante.

-¿Qué?-preguntó Rachel,sin duda, ahora la atónita era ella.

-Gracias, tienes razón-decía Arlex mientras se levantaba del sillón, sin reparar en el repentino aturdimiento de su amiga.

-¿En qué?-Rachel no pudo evitar preguntar.

-Tengo que luchar por ella.

Y se fue sin dar más explicaciones. Absorta en sus pensamientos, Rachel tardó en darse cuenta de que volvía a estar sola. Sonrió, acababa de hacer su buena obra del día y aún le quedaba media hora de soledad para relajarse y leer un rato.

Se soltó el pelo que, aunque continuaba húmedo pero que ya no goteaba y su sonrisa se ensanchó mientras acariciaba la portada de su libro con ansia de continuarlo. No obstante, en cuanto se sentó en el sofá, oyó cómo una llave entraba en la cerradura de su puerta. Le lanzó a la puerta su mayor mirada de desdén y, resignada, comprendió que su calma había acabado con el sonido del timbre.

Angie.

Entre lobos.

Le quedaban seis minutos de vida.

Se había despedido de todos sus seres queridos, aunque ellos aún no lo sabían. Hacía veintitrés horas y cincuenta y cuatro minutos desde que había inhalado un veneno sin antídoto, que mataba transcurridas las veinticuatro horas. No había sentido dolor hasta apenas una hora atrás.

Su cuerpo había empezado a convulsionarse y el dolor era tan intenso que lo único que quería era gritar, pero se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre y no profirió ningún sonido. El sabor de su sangre mezclada con el veneno la hizo maldecir.

Sus ojos observaron con detenimiento a la manada de lobos que llevaba toda la vida estudiando y tratando de proteger. La rodeaban y la observaban desde no muy lejos.

Había venido a morir aquí porque a ellos nadie podría explicarles que había muerto, como harían con los demás. Así que dejaría que lo vieran por ellos mismos, porque aunque pareciese una locura era importante que lo supiesen.

De pronto, sintió como si mil cuchillos atravesaran su pecho, y lo último que oyó fue el aullido de los lobos.


Angie.

viernes, 27 de enero de 2012

Desesperanza.

-Tienes que decírselo-susurró Amy.

Estupefacta, contempló a su amiga Verónica, que se encontraba acurrucada en una esquina próxima a la única ventana de la habitación, por donde entraba la luz y el estruendo de los truenos. Llovía a raudales y la humedad se palpaba en el ambiente.

Le invadió la tristeza, Verónica, todavía con el pelo mojado y la ropa desgarrada por la huída, temblaba y se abrazaba a sus rodillas. Sus ojos marrón chocolate estaban empañados de lágrimas y el dolor se reflejaba en ellos.

Recorrió la habitación con la mirada y comprendió que su apariencia no era mejor que la de su amiga, sino peor, ya que todavia llevaba la camisa ensangrentada por la herida del costado.

Se dejó caer de rodillas junto a Verónica, le costaba respirar y le dolía la herida, pero eso dejó de tener importancia en cuanto su mirada se encontró con la de su mejor amiga, el sufrimiento que se reflejaba en sus ojos la hizo estremecer.

-No puedo...-Susurró la voz lastimera de Verónica- sé que es egoísta, pero no puedo-su llanto se hizo más intenso, como si el simple hecho de decir esas palabras la quemara por dentro-...Se irá...si se lo digo se irá...-Se limpió las lágrimas, que de inmediato fueron reemplazadas por otras nuevas. Cogió aire y continuó- No puedo dejar que se vaya, si lo hace lo más probable es que muera...-Su voz se quebró- Y yo... Amy, yo no podría vivir sin él...

Amy abrazó a su amiga tan fuerte como pudo, y aunque sintió una fuerte punzada en el costado no la soltó.

-Si no se lo dices y se entera por Graciel, le perderás igual, sólo que así le harás más daño-dijo Amy, a sabiendas de que no eran las palabras que su amiga quería oír, y que lo más probable era que le hiciesen daño. Se sintió cruel y no pudo evitar derramar unas lágrimas mientras estrechaba a su amiga-. Ten fe en él. Existe la posibilidad de que vuelva con vida.

-No-respondió Verónica casi a voz en grito-. Sólo podría volver con vida si le pidiese ayuda a su padre... Y no lo hará... Es demasiado orgulloso para hacerlo.

-Lo hará si tú se lo pides-dijo Amy, forzando la voz tanto como el dolor le permitía.

-No-repitió-. Ya lo he intentado...

Jadeando, Verónica se abrazó a Amy, quien con mucho esfuerzo reprimió un grito ante la sacudida de dolor. Ambas lloraron en silencio, hasta que un ruído las puso en tensión, la adrenalina de la huída volvía a correr por su sistema nervioso y el miedo palpitaba en sus venas.

De pronto, un trueno iluminó la habitación, sobresaltándolas a las dos.

-Si salimos de esta con vida-murmuró Verónica-, seguiré tu consejo y se lo diré...

-Es lo mejor que puedes hacer-una sonrisa fugaz y nerviosa se dibujó en el rostro sucio y cansado de Amy.

La puerta se abrió, haciéndolas palidecer. Atisbaron una sombra y, aunque Verónica temblaba en sus brazos, Amy comprendió en seguida de quién se trataba. Reconoció al instante sus cabellos dorados y el reflejo plateado de sus ojos. Jared había vuelto a buscarlas y era increíble que, a pesar de las circunstancias, su corazón bombeara en su pecho de forma irregular y la inundó una sensación de calidez. Se preguntó si  llegaría el día en que no reaccionara así ante él, y al instante comprendió que eso era imposible.

-¿Chicas?

De pronto, la luz de un nuevo relámpago las iluminó ante los ojos de Jared, cuya expresión tornó de la curiosidad al espanto.

-¿Qué os ha pasado?

-Es una historia demasiado larga y no creo que aquí estemos seguras-afirmó Amy.

-Tienes razón, vayamos a un lugar seguro, pero voy a querer una explicación tarde o temprano...

Amy asintió sabiendo que negarse era inútil y ayudó a Verónica a levantarse. Los tres salieron en silencio de la habitación, pero en cuanto Jared pudo contemplarlas bien, se detuvo en la herida del costado de Amy, ante lo cual exclamó:

-¡Dios mío, qué demonios...!-Amy no pudo escuchar el resto de la reprimenda, su mente expiró y se sumió en las profundidades de la oscuridad.

Angie.

miércoles, 18 de enero de 2012

Secretos.

 Miraba la caja con una frialdad inmensa, su cuerpo estaba tenso, apretaba puños y dientes conteniendo una rabia que cortaba el aire de la atmósfera.

 No podía creer que ese fuera el mismo hombre que apenas un momento antes había sido tan amable con ella. De pronto, encontró algo en sus ojos que no había visto antes, y se asombró al descubrir que el motivo de su reacción era un profundo dolor que solo se reflejaba en sus oscuros ojos verdes.

 No pudo evitar querer tocarlo, sin embargo, estaba segura de que su contacto sería rechazado. Se alejaría de ella tal y como había hecho la última vez. Y ya no estaba segura de poder soportar que se alejara de ella una vez más.

 Impotente suspiró e incapaz de hacer otra cosa se acercó a él y cogió la caja. No sabía cual era su contenido, la nota que Andy había dejado solo ponía  "custodia esto con tu vida hasta que te otorgue su llave cuando estes preparada". Daba gusto vivir rodeada de gente tan explicita.

Angie.